“Mientras perseguimos lo inalcanzable hacemos imposible lo realizable”. Robert Adrey


Si un terrible simplificador es alguien que no ve problema alguno donde existe en realidad un problema, su antípoda filosófica es el utópico que ve una solución donde no hay ninguna.
Virulentos y no limitados ya a sistemas sociales o políticos particulares, demuestran que las tentativas utópicas de cambio conducen a consecuencias muy específicas y que estas consecuencias tienden a perpetuar o incluso a empeorar aquello que se tendría que cambiar.
El extremismo en la solución de problemas humanos parece darse con mayor frecuencia como resultado de la creencia que uno ha encontrado (o incluso que puede encontrar) la solución última y absoluta. Una vez que alguien abriga esta creencia, resulta lógico para él actualizar esta solución y de hecho no sería fiel así mismo si no lo hiciese. El comportamiento resultante , al cual podemos designar como es síndrome de la utopía, puede adoptar una de las tres posibles formas.
La primera puede designarse como introyectiva: Las consecuencias son el resultado de un profundo y doloroso sentimiento de ineptitud personal para alcanzar el propio objetivo. Si no alcanzo lo que me he propuesto no se atribuye a lo utópico de mi meta sino a mi a la propia ineptitud: mi vida debería ser grata y rica, pero estoy viviendo en la banalidad y el aburrimiento; debo tener sentimientos profundos e intensos, pero soy incapaz de despertarlos en mí mismo.
utopíaLa segunda variante del síndrome de la utopía se puede visualizar en el aforismo de Stevenson: “Es mejor viajar colmado de esperanzas que llegar a puerto”. En vez de autoculparse por ser incapaz de llevar a cabo un cambio utópico, el método elegido es más bien inofensivo y está representado por una forma de dilación o demora agradable. Lo que importa es el viaje no la llegada; el eterno estudiante, el perfeccionista, la persona que siempre se las arregla para fracasar al borde del éxito son ejemplo de los viajeros que peregrinan y no llegan nunca al término de su viaje. Para el amante romántico que finalmente logra conquistar a la mujer hermosa, la realidad de su victoria es un pálido reflejo de lo que eran sus sueños. “Existen dos tragedias en la vida. Una de ellas consiste en no lograr lo que vuestro corazón desea. La otra consiste en lograrlo.
Esta forma de utopismo se vuelve problemática en la vida cotidiana cuando una persona espera que llegar (como contrapuesto a una visión de la vida como un proceso constante) suponga la desaparición completa de los problemas.
La tercera variante del síndrome de la utopía es esencialmente proyectiva y su ingrediente   básico es una actitud moralista rígida por parte del sujeto, que está convencido de haber encontrado la verdad y con tal convicción asume la responsabilidad misionera de cambiar el mundo. Así pues, si a pesar de mis ejercicios zen no he alcanzado aún el sátori, si continúo siendo incapaz de comunicar de un modo expresivo y profundo con mi pareja, si el sexo es para mí una desilusionante y mediocre experiencia, ello es culpa de mis padres, de la sociedad en último término, ya que sus leyes y limitaciones me ha incapacitado y no aceptan concederme ni la simple libertad de realizarme.
Una vez y hemos construido una creencia y esta se ha establecido de manera rígida, preferimos ser fieles a la misma que a cambiar de creencia. Nuestra experiencia nos puede decir que eso no funciona, que estamos empeorando, pero desechamos las evidencias para así no cambiar la creencia. Pueden que hayan surgido excepciones a nuestro comportamiento que nos digan que actuando de manera diferente podemos conseguir resultados diferentes, pero una vez más hacemos caso omiso de las mismas para así ser fieles a esa creencia, rígida, que tanto he mantenido y que no esto dispuesto a soltar.

Cambio. Watzlawich, Wekland y Fisch. Editorial: Herder.