“Mientras perseguimos lo inalcanzable hacemos imposible lo realizable”. Robert Adrey
Si un terrible simplificador es alguien que no ve problema alguno donde existe en realidad un problema, su antípoda filosófica es el utópico que ve una solución donde no hay ninguna.
Virulentos y no limitados ya a sistemas sociales o políticos particulares, demuestran que las tentativas utópicas de cambio conducen a consecuencias muy específicas y que estas consecuencias tienden a perpetuar o incluso a empeorar aquello que se tendría que cambiar.
El extremismo en la solución de problemas humanos parece darse con mayor frecuencia como resultado de la creencia que uno ha encontrado (o incluso que puede encontrar) la solución última y absoluta. Una vez que alguien abriga esta creencia, resulta lógico para él actualizar esta solución y de hecho no sería fiel así mismo si no lo hiciese. El comportamiento resultante , al cual podemos designar como es síndrome de la utopía, puede adoptar una de las tres posibles formas.
La primera puede designarse como introyectiva: Las consecuencias son el resultado de un profundo y doloroso sentimiento de ineptitud personal para alcanzar el propio objetivo. Si no alcanzo lo que me he propuesto no se atribuye a lo utópico de mi meta sino a mi a la propia ineptitud: mi vida debería ser grata y rica, pero estoy viviendo en la banalidad y el aburrimiento; debo tener sentimientos profundos e intensos, pero soy incapaz de despertarlos en mí mismo.

Esta forma de utopismo se vuelve problemática en la vida cotidiana cuando una persona espera que llegar (como contrapuesto a una visión de la vida como un proceso constante) suponga la desaparición completa de los problemas.
La tercera variante del síndrome de la utopía es esencialmente proyectiva y su ingrediente básico es una actitud moralista rígida por parte del sujeto, que está convencido de haber encontrado la verdad y con tal convicción asume la responsabilidad misionera de cambiar el mundo. Así pues, si a pesar de mis ejercicios zen no he alcanzado aún el sátori, si continúo siendo incapaz de comunicar de un modo expresivo y profundo con mi pareja, si el sexo es para mí una desilusionante y mediocre experiencia, ello es culpa de mis padres, de la sociedad en último término, ya que sus leyes y limitaciones me ha incapacitado y no aceptan concederme ni la simple libertad de realizarme.
Una vez y hemos construido una creencia y esta se ha establecido de manera rígida, preferimos ser fieles a la misma que a cambiar de creencia. Nuestra experiencia nos puede decir que eso no funciona, que estamos empeorando, pero desechamos las evidencias para así no cambiar la creencia. Pueden que hayan surgido excepciones a nuestro comportamiento que nos digan que actuando de manera diferente podemos conseguir resultados diferentes, pero una vez más hacemos caso omiso de las mismas para así ser fieles a esa creencia, rígida, que tanto he mantenido y que no esto dispuesto a soltar.
Cambio. Watzlawich, Wekland y Fisch. Editorial: Herder.
Pues creo que padezco de este síndrome. Nada me satisface, quiero estar constantemente viajando “síndrome del viajero”, o eso dicen; y mi Consuelo de no hacer nada es porque igual voy a morir. Es bastante frustrante saber que nada te llena y nada te motiva, y por ello siempre estàs buscando retos que dejas al 70%.
“Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera. Sin la idea del suicidio me hubiera matado hace tiempo. Ciorán. Esta frase resume algo que ya sabemos, siempre hay tiempo para morir, pero mientras tanto deberíamos hacer algo para cambiar aquello con lo que no estamos de acuerdo. Ocurre que aún sabiendo que no nos funciona nuestra manera de comportarnos, que hay una disonancia entre lo que queremos y lo que obtenemos, aún así seguimos haciendo lo mismo. De esta manera estamos alimentado aquello que no nos gusta y condenándonos a una “profecía autocumplida” que nos viene a decir: ” me gustaría sentirme de otra manera pero soy incapaz de hacer algo diferente para cambiar”.
La explicación que se dan los dormidos que sueñan y no logran despertar.