En un clase de una escuela infantil entre los niños presentes destacaba Tonino, de tres años y con físico menudo, ojos astutos pero, al decir de los maestros que nos trajeron el caso, velados de melancolía.
El lenguaje de Tonino, aún con connotaciones muy infantiles, lo hacía simpático y bien aceptado por el grupo. Por desgracia, Tonino era movimiento en estado puro y transgresión sistemática de todas las normas. Su conducta era fuente de desorden y de trastorno en la atención y concentración de los compañeros por el efecto que ejercía sobre todos los que le seguían en este continuo movimiento sin fin y sin meta. En ocasiones determinadas, como cuando se contaban cuentos, se tiraba al suelo y no paraba de dar vueltas. Otras veces, cuando terminaba de comer se metía debajo de la mesa y no dejaba que sus compañeros comiesen tranquilos.
Se intentaron diferentes soluciones para afrontar el problema: demandas continuas, intentos de explicaciones racionales, colocar a su lado a un compañero “tutor”, encargos de responsabilidad, ignorancia, castigos, intentos de motivarlo en otra actividad, establecer un mayor contacto físico, solicitud de ayuda de otros operadores. Nada de esto parecía dar resultado.
Para invertir este problema comenzamos a trabajar fijando objetivos mínimos de cambio, los cuales hicieran que Tonino diese menos vueltas por el suelo, molestase menos, etc., antes que intentar que cesar de dar vueltas o que dejase de molestar. Nuestros objetivos eran:
Hacer que Tonino durante los cuentos estuviese atento al menos 10 minutos.
Hacerlo estar sentado en el momento de la comida, tal como lo hacen sus compañeros.
La estrategia elegida fue la prescripción paradójica que sirve para poner al niño en un dobel vínculo: si quiere continuar desobedeciendo al profesor, y por consiguiente no seguir las directrices, debe acabar su actitud perturbadora; si por el contrario, decide obedecer y por tanto seguir las indicaciones, su comportamiento ya no será el deseado por él, sino por el profesor y por lo tanto estará obedeciendo. Los profesores comunicaron a Tonino que en lugar de estar en los momentos dedicados a cuentos y a las conversaciones comunes, él tenía que salir de la sal y rodar por el suelo hasta el final de la historia y de las conversaciones.
Por lo que respecta al segundo objetivo, el estar en la mesa, siempre a través de la prescripción del comportamiento que se quiere extinguir, se comunicó a Tonino, antes de que él lo hiciese,que una vez terminada la sopa, que fuera bajo la mesa.
En ambos casos los resultados no tardaron en llegar. En lo relativo a rodar por el suelo, abandonó su comportamiento de repente, apenas se lo requirió el profesor
En la segunda situación, en un primer momento el niño aceptó ir bajo la mesa, pero pidiendo después que lo dejaran salir. Así ocurrió dos veces, a la tercera el niño no quiso dejar su sitio para ir debajo de la mesa.
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