Perseverar en el error e insistir en aplicar la misma modalidad de acción constituye la base de toda psicotrampa, pero se puede insistir y perseverar en la dirección de la renuncia y el abandono antjoven depree la primera dificultad (su forma opuesta, al menos en apariencia). Una actitud de renuncia basada en la desconfianza en nuestras capacidades o en la pereza provoca efectos extremadamente negativos.
Creer poco en uno mismo y renunciar a ponerse a prueba para demostrar lo contrario no hace más que confirmar una presunta incapacidad hasta convertirla en realidad.
El joven que renuncia a seguir adelante con una chica, precisamente debido a su escasa iniciativa. no sólo se confirma a si mismo su incapacidad, sino que se vuelve bastante poco atractivo a ojos de la amada. En el momento en que se decidiera, la probabilidad de ser liquidado con la famosa fórmula de “me gustas como amigo” sería elevadísima. En caso de que recibiera un verdadero rechazo por haber titubeado demasiado o por no haber corrido el riesgo de exponerse, el resultado sería la confirmación y el agravamiento de su incapacidad.
El hecho de rendirse frente a las dificultades, tan extendido actualmente entre los jóvenes, tiene efectos no menos desastrosos. La renuncia a luchar para alcanzar los objetivos deseados con tal de no arriesgarse a soportar fatigas y frustraciones tendrá como efecto un inexorable aumento de la condescendencia, hasta llegar a la incapacidad para afrontar cualquier situación critica. Las últimas generaciones de jóvenes-adultos sobreprotegidos por la familia y por la sociedad representa un fenómenos evidente en este sentido.
No obstante, la psicotrampa de renunciar o rendirse no puede reducirse a un simple efecto de sobreprotección de los padres: la “conciencia de los límites” forma parte de nuestra naturaleza, pero la podemos aumentar corriendo el riesgo de que se transforme en un problema.
“Sólo nos derrotan cuando nos rendimos”, escribe Li Pin: puedo perder, pero no debo dejarme derrotar por mi mismo. Si no obtengo lo que quiero, tengo que encontrar otros modos de alcanzar el objetivo; en caso contrario, alimento mi incapacidad. La frustración derivada de un fracaso. sin embargo, no será tan devastadora como una empresa a la que hemos radulto arbolesenunciado.
Y ni siquiera la astucia de la célebre zorra de Fredo, que abandona las uvas con la excusa de que no están lo bastante maduras y, por lo tanto, no merecen ni un esfuerzo más, puede salvarnos de los efectos devastadores de nuestras renuncias.
Como escribe de forma fulgurante Honoré de Balzac: “La renuncia es un suicidio cotidiano”.
Combatir la tendencia a una excesiva condescendencia y a una actitud de renuncia no significa que tengamos que transformarnos en aventureros temerarios ni en osados amantes del riesgo. Ése es el otro lado de la moneda. La indicación es la de afrontar las situaciones en vez de desistir ante el primer obstáculo, enfrentarse a las dificultades y no renunciar a los retos de aquello que no obtenemos rápidamente y sin esfuerzo.
Se trata por tanto de una predisposición a arriesgarse con el deseo de mejorar cada día en función de las pruebas superadas, única fuente real de nuestra autoestima.