Se trata del miedo a ser abandonados por la pareja o el terror a perder a las personas queridas como consecuencia de accidentes o enfermedades. La idea de ser privado de los “objetos” de afecto más importantes tiene atadas a estas personas a sus seres queridos, en su esfuerzo por protegerlos y en ser protegidos. Muy a menudo esto les vuelve insoportablemente opresivos con la pareja o los hijos. A esto últimos, esta asfixiante y ansiosa clase de relación les crea verdaderas sintomatologías fóbicas, inducidas por el exceso de atenciones protectoras que hacen ver el mundo y la gente de fuera de la familia como realmente peligrosos. Como ejemplo podemos citar la moda tan frecuente de dar al niño que va al colegio un teléfono móvil, para que pueda llamar a los padres en caso de cualquier dificultad. Como el lector entenderá, esto lleva al hijo a pedir ayuda para resolver cualquier problema que, en cambio, debería afrontar de forma autónoma para adquirir confianza en sus propios recursos. El resultado será que el niño desarrollará una dependencia patógena de los padres y una incapacidad para afrontar los obstáculos de la vida que son útiles para hacerle crecer psicológicamente sano.
En lo que respecta a la pareja, la persona hiperdependiente, con sus agobiantes atenciones, le hace desear a otra persona y no es raro que la busque en otra parte. En otras palabras, la persona que, para reducir el miedo a perder el compañero se vuelve demasiado pegajosa, acaba por transformar la relación amorosa en únicamente en una relación de ayuda o apoyo. Habitualmente esta realidad hace que la pareja se sienta insatisfecha y a menudo recurre a otros para formar una relación estimulante y no asfixiante como la anterior.


Una vez más el intento de reducir el miedo patológico acaba por alimentarlo o, como en los casos de relaciones, por conseguir justamente lo que más se temía. Por desgracia, cuando este tipo de condición se instaura, de nada vale las discusiones y los consejos de familiares y amigos, porque la persona,  como en los otros casos de miedo que llevan al pánico, intenta ante todo evitar las propias sensaciones aterradoras y, con este fin, insiste en lo que le parece eficaz de inmediato. En las formas de relación del trastorno fóbico y obsesivo, la persona, para hacer callar el miedo, puede realizar auténticas torturas en la interacción con sus personas queridas. Esto confirma que el miedo es la emoción más atávica e invasora y, por esto, capaz de someter a cualquier otra emoción, incluido el amor. En efecto, para limitar su propio sufrimiento, el fóbico no duda en obligar a su pareja o a su hijo a dolorosas renuncias. Los moralistas lo definen como egoísmo, pero infravaloran que,  como afirma Nietzsche, “el egoísmo es sólo la visión en perspectiva de la realidad”: lo que está más lejos se restringe en nuestra percepción, mientras lo que está más cerca se agiganta. Por tanto, es natural que una emoción arragaida ofusque la capacidad de sentir las emociones ajenas, en este caso las de las personas que amamos y cuya posible pérdida desencadena el pánico.