Pedro es un chico de 16 años a punto de repetir curso por tercera vez. Los padres están muy preocupados, porque el muchacho manifiesta una creciente impaciencia en la escuela hasta mostrar comportamientos desafiantes frente a los profesores y de abusos hacia sus compañeros más pequeños. Los padres han intentado ayudarlo en primera instancia con lecciones privadas de recuperación, después cambiándolo de clase y luego de escuela, pero los problema continúan en aumento.
En este momento los padres pasan de violentos enfados acompañados de castigos a promesas de premios cada vez más caros: móviles, iPad, moto,… pero nada parece hacer efecto.
En la conversación con los padres se advierte que su preocupación no es tanto que el joven vaya mal en la escuela, sino que arruine su futuro y que en la edad adulta se arrepienta de decisiones que no podrá ya modificar.
Asumimos la preocupación de los padres, añadiendo que el rol más importante y difícil de los padres es convertir a los hijos en autónomos y responsables. Pero para hacer esto se debe dejar gradualmente que los hijos asuman la responsabilidad de sus decisiones, dar un paso atrás a fin de que puedan iniciarse a experimentar y a gestionar la condena de la libertad.
Los padres, agotados de intentarlo por todos los medios aceptan las nuevas indicaciones, aunque con una cierta preocupación, la idea de devolver la responsabilidad al hijo. Para gran sorpresa el chico decide dejar la escuela, pero con la idea de inscribirse en una escuela nocturna en la que se sentirá más cómodo, ya que dentro de poco cumplirá 17 años.
Después de algunos meses decide buscar un trabajo para hacer por las mañanas y sacar algo de dinero para seguir con su gran pasión, las motos. Finalmente consigue el justo reconocimiento de los padres y, sobre todo, del padre.
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