La muerte es algo que no debemos temer porque, ,mientras somos, las muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. Machado.
La preocupación por la muerte es algo consustancial al ser humano. Tan natural es la muerte como preocuparse por el hecho de que suceda. Nos desasosiega el hecho de que se acerque a nosotros como de que ronde a nuestros seres queridos. El miedo a morir nos hace más precavidos, nos arraiga más a la vida. Debemos convivir con este miedo de manera equilibrada, buscando más motivos para vivir y no convertirlo en algo tan grande que nos paralice. En otro tiempo las personas tenían una relación más natural con la muerte, era aceptada como un acompañante permanente de la vida. Nuestra sociedad actual arropada por el desarrollo tecnológico no ve con buenos ojos la idea de morir. Huimos del sufrimiento y nos apegamos al placer. Una estrategia ésta, que reiterada en contextos diferentes e inadecuados nos acarrea más dolor y sufrimiento. Aprender a lidiar con el dolor nos hace más fuertes, huir nos hace poco a poco más débiles. Devaluamos nuestros propios recursos de afrontamiento al dolor y depositamos nuestras esperanzas en otros o en un fármaco. Aceptar significa acoger en nosotros aquello que es natural, que es inevitable, significa abandonar la lucha que nos reporta más sufrimiento y dirigir nuestros recursos a cambiar lo que si depende de nosotros.
La pérdida de un ser querido es una de las experiencias más intensas que la vida nos puede deparar, ya que penetra en la profundidad de nuestra persona, trastoca nuestras emociones, modifica la percepción de nuestra realidad y altera, incluso, nuestro aspecto físico. Sobrevivir a un hijo es uno de los acontecimientos más traumáticos y dolorosos que nos puede deparar la vida, se produce un vacío carente de sentido.
Un vez producido el desenlace fatal debemos asumir la pérdida, lidiar con el dolor, con el sufrimiento, con el escozor en la herida. A este cúmulo de emociones, sensaciones es lo que llamamos duelo o luto.
La palabra duelo, deriva del latín cor-dolium y significa “corazón que duele”; esta aparente metáfora indica tanto el sufrimiento en el plano físico (el espasmo del corazón) como en el psiquíco, el dolor por la ausencia.
Luto, del latín lugere o “llorar” hace más referencia al conjunto de prácticas y procesos de naturaleza social, cultural y religiosa que manifiestan y representan el sufrimiento por la pérdida. El luto acompaña al duelo y ayuda a que decante. No se trata en si mismo de algo patológico, se trata de una herida que hay que sanar y la curación conlleva dolor. El problema surge cuando este proceso se interrumpe, se bloquea y es en este momento cuando se puede convertir en algo patológico.
Podemos hacer frente a esta situación conociéndola y abriéndonos a experimentarla. Una de la primeras reacciones es un estado de shock, la persona se queda aturdida, pareciera que sufre una anestesia emocional. Se trata de una defensa de nuestro organismo que en un primer momento atenúa el golpe recibido. Esta situación se alterna sucesivamente con momentos de negación, rechazo, dolor y desesperación.
Una de las emociones primeras en aparecer es la rabia. Puede estar dirigida hacia nosotros, hacia los demás o, incluso, hacia la persona fallecida. La rabia puede dejar paso a sensaciones de culpa, remordimiento. Pensamos en lo que podríamos haber hecho y no lo hicimos, en la precauciones o cuidados que deberíamos haber dado a nuestro ser querido. Pensamos, a veces, en lo egoísta que fue la persona fallecida al no pensar en los otros y practicar, por ejemplo, deportes de riesgo, o conducir ebrio. La rabia puede ir creciendo hasta que lo inunde todo, bloqueando las demás sensaciones. Es en este momento cuando es adecuada la intervención de un profesional que ayude a elaborar formulas para canalizarla, dejando espacio poco a poco a otras emociones como el dolor.
La única manera de hacer frente al dolor es experimentándolo. El dolor evitado se mantiene y se incrementa con el tiempo. Para procesar un luto se necesita dar espacio a la expresión de dolor, meterse dentro y pasar a través de él. Intentar alejarse de los recuerdos para no sufrir produce el efecto contrario. Cuanto más nos esforzamos en olvidar, más permanecen los recuerdos dolorosos, cualquier sensación o estímulo puede traernos a la mente momentos de sufrimiento. La ayuda en este caso debe estar dirigida a que el dolor se vaya posando suavemente. Olvidar no es posible, pero si que podemos recordar sin sufrimiento, dejando paso a un recuerdo sosegado que nos proporcione alivio.
Morir sucede en un instante, el paso de la vida a la muerte es algo tenue; la vida sucede en multitud de instantes, centrémonos en enriquecerla, cambiarla, mantenerla, centrémonos en vivir. Aceptemos lo que queda por venir.
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