La adolescencia es una etapa con unas características especiales y en la que el individuo aún no tiene conformada su personalidad. En la actualidad, debido a cambios en los modelos familiares parece que esta etapa no tiene fin y observamos como personas de 35 años siguen manteniendo patrones conductuales típicos de jóvenes de 17 años.
Los padres cada vez más tienen miedo  que sus hijos se hagan independientes, insisten en que sin ellos no podrán hacer frente a las vicisitudes de la vida y de esta manera los mantienen en un nicho de seguridad artificial.
Los hijos se acomodan a esta situación en la que la mayor parte de su trabajo es cosechar las ventajas de vivir al amparo de la protección paterna y seguir delegando las responsabilidades en los padres. Si fracaso me frustro y ya está papá y mamá para solucionarlo o consolarme. Si no lo consiguen me frustro más y les hecho la culpa por no haberme educado de una manera en que se desarrollase mi independencia. Pase lo que pase sabemos quienes son los culpables.
Se establece de esta manera un equilibrio entre padres e hijos, un equilibrio disfuncional, pero en definitiva un equilibrio que mantiene a ambas partes, que complementa a ambas partes. Unos hacen el sacrificio y otros reciben el fruto del mismo. 
En otras ocasiones esta situación acarrea problemas y éstos surgen más temprano que tarde. Hay problemas de comunicación que lejos de favorecer la autonomía de los hijos acrecientan la dependencia que mantienen con sus padres.
A veces se olvida  que los obstáculos están para superarlos y que independientemente del resultado es muy importante afrontarlos con mis propios medios, aprender lo que es el éxito por mis méritos y lo que es el fracaso también. Afrontar los fracasos como algo natural nos hará más tolerantes a la frustración.
Es frecuente encontrar problemas de obediencia, de respeto, de modales en jóvenes entre 13 y 17 años. Es frecuente también que esto pase desapercibido hasta que la situación se hace insostenible y se tiene que pedir ayuda profesional.
Se observa en muchos de estos casos que se llega a un punto en que la comunicación se basa por ambas partes, padres por un lado e hijo/a por el otro, en la defensa de su postura. Los jóvenes, a medida que sus padres, desesperados, adoptan soluciones que se basan, a estas alturas, en el castigo, se afianzan más en su postura e infringen más las normas. Normas que, por otra parte, antes o no existían o no se hacían cumplir. Se establece de esta manera una escalada en la que cada parte se enroca cada vez más en su posición.
Los padres recurren a poner horarios, retirar privilegios como consolas, ordenador, pagas. Los hijos ante esta postura se convencen cada vez más en que están en lo cierto y que sus padres no los comprenden. Entienden que lo único que pueden hacer es resistir, permanecer  en su postura y buscar consuelo en los que si los entienden, los iguales, los amigos.
Una vez llegados a este punto no podemos usar las soluciones que podrían haber dado resultado en su inicio. Las soluciones a los problemas más que ser buenas o malas hay que emplearlas en el momento adecuado.
Ahora lo primordial es romper este tipo de comunicación para luego empezar a construir algo diferente y funcional. 
Es importante analizar cuales han sido las soluciones intentadas hasta el momento, y no insistir en viejos patrones que lejos de solucionar lo que hacen es mantener el problema.