El dolor es una señal de alarma, nos comunica que algo no va bien en nuestro cuerpo. Pero esta señal no es algo neutro y según quién la perciba dará una determinada respuesta. Cuando tenemos una causa identificable, como ante un traumatismo, la señal se convierte en una alarma a la que le damos una respuesta inminente y sin mucha interpretación. Cuando el dolor es agudo y prolongado en el tiempo normalmente atribuimos un alto nivel de gravedad a su posible causa. Cuando el dolor es leve y tiene una corta duración normalmente le atribuimos un origen de poca importancia y dependiendo de nuestra experiencia previa lo dejamos pasar sin más o tomamos algo para que se alivie y que así pase sin que interfiera en nuestro quehacer.
Pero la realidad muchas veces no se corresponde con nuestras interpretaciones y ocurre que en ocasiones enfermedades graves cursan asintomáticamente y dolores intensos se corresponden, a veces, con pequeños traumatismos.
La IASP (Asociación Internacional para el Estudio del Dolor) define el dolor como “una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a una lesión presente o potencial o descrita en términos de la misma”. De todo ello queda claro que en el dolor intervienen varios componentes y uno importante es el psicológico. Nuestras sensaciones no son señales sin más, estas son interpretadas a nivel cognitivo y esta interpretación depende de nuestra cultura, edad, experiencias, sufrimientos, historia previa de dolor, personalidad… De esta interpretación dependerá en parte que demos una respuesta adecuada al dolor y que este sea haga más llevadero o que este se convierta en el centro de nuestra vida y que nos convirtamos en nuestro propio dolor.
Algunos estudios parecen coincidir en que aquellas personas que aceptan el dolor tienen menos sufrimiento con lo que a su vez la percepción del mismo también disminuye. Por lo tanto una notable cantidad de dolor es producto de nuestros intentos por librarnos de él.
Uno de los dolores más frecuentes e incapacitantes en nuestras sociedad es el dolor de espalda. Algunas cuestiones a reflexionar sobre esta patología son:
-Es curioso que el dolor de espalda se limite en su mayor parte a las sociedades industrializadas, existe poco dolor de espalda en países en desarrollo donde la gente vive y trabaja en unas condiciones más gravosas que las nuestras.
- El estrés psicológico vaticina mejor quién va a desarrollar un dolor de espalda descapacitador que otras mediciones físicas o las exigencias físicas del propio trabajo.
- Volver rápidamente a una actividad plena, vigorosa y física es generalmente la manera más segura y eficaz de resolver episodios de dolor de espalda.
El dolor de espalda puede comenzar tanto por un acontecimiento emocional como por un hecho físico. Una vez que tenemos este dolor evitamos movernos por miedo a que nos vuelva a doler, a dañarnos nuevamente. Es decir, nuestro dolor inicial causa pensamientos de preocupación, los que a su vez generan angustia, lo que hace que los músculos se tensen. Los músculos tensos causan un mayor dolor, y un mayor dolor genera pensamientos de preocupación. Se instaura de esta manera un ciclo que nos puede llevar a otras emociones como frustración, ira.
Ronald D. Siegel, doctor en psicología y profesor clínico asistente de Psicología en la Escuela de Medicina de Harvard, propone en su libro “La solución Mindfulness” un programa llamado sentir la espalda.
Este programa se divide en tres fases:
Fase 1: comprender el problema:
Ejercitamos al paciente para que se de cuenta de la relación entres sus pensamientos y el dolor de espalda.
Fase 2: Reanudar la actividad normal:
Conseguir que el paciente poco a poco vaya ejercitándose y realizando movimientos.
Fase 3: Abordar las emociones negativas:
Tratar las emociones que acompañan al dolor y a la incapacidad producida por el miedo.
Estas tres fases tienen como elemento fundamental el tratamiento del dolor a través del Mindfulness. Conseguimos que el paciente observe sus pensamientos como lo que son, pensamientos, fruto de su experiencia pasada y del miedo, y que no se corresponden con la realidad actual. Conseguimos también que el paciente se mueva, lo que le reportará beneficios tanto a nivel físico, como cognitivo, emocional, ya que se sentirá capaz y esto a su vez cambiará su percepción de cómo funciona su problema y de qué es lo adecuado para abordarlo. Invertimos de esta manera el ciclo del que hablaba más arriba.
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