
Cuando ya llevamos varias dietas en nuestro cuerpo siempre encontramos a alguien que nos hable de alguna que “si funciona”, “qué es distinta a las demás” y que no se quien bajó no se cuantos kilos en casi siempre “tan poco tiempo”.
Pero no creo que las dietas sean tan distintas entre si. Al margen de que varíen en cuanto los alimentos a tomar, las cantidades, el tiempo que dura, si tienen un denominador común y es que normalmente se suelen olvidar del factor psicológico.
El problema de la dietas no reside en que funcionen, casi todas lo hacen, sino su mantenimiento a lo largo del tiempo. La dificultad reside en llevar a la práctica, y sobre todo mantener a lo largo del tiempo las prescripciones dietéticas.
Mientras nos limitemos a valorar sólo la cantidad y calidad de la comida según su aporte calórico, nutritivo o químico, sin intentar comprender qué es lo que impide mantener a lo largo del tiempo una dieta, seguirán obteniéndose los mismo desastrosos resultados.
El motivo principal de que la mayoría de las dietas fracasen es que se basan en la idea del control, de la limitación y el sacrificio; por consiguiente, antes o después se vuelven insoportables porque chocan pesadamente con la sensación fundamental en la que se basa nuestra relación con la comida: el placer.
Es evidente que en nuestra sociedad opulenta el acto de comer no representa un deber sino un placer y que si olvidamos esta evidencia no habrá programa de alimentación que pueda resistir el paso del tiempo.
Resulta interesante que los desórdenes alimentarios no existen en las poblaciones que sufren restricciones de alimentos. En los hogares de países con problemas para conseguir el sustento si uno de sus hijos no se come lo que tiene en su plato siempre habrás alguien dispuesto a hacerlo por él.
Los problemas alimentarios surgen surgen en las sociedades más ricas, y en el curso de la historia se han observado sólo entre nobles y ricos.
Intentar controlar al placer con restricciones suele ser una empresa destinada al fracaso. Cuando intentamos controlar ciertos alimentos y no lo conseguimos, empleamos más control, con lo que estos se hacen más apetecibles. Nos controlamos durante un tiempo y luego viene el atracón y a comenzar nuevamente.
Una dieta que pretenda ser eficaz no sólo a corto o medio plazo deberá tener esto en cuenta y proponer una gestión de la alimentación basada en el placer y no en el sacrificio y el control forzado.
Se trata de algo que parece imposible, pero que en el Centro de Terapia Estratégica de Arezzo llevan haciendo durante años con muy buenos resultados. Se trata de “controlar la comida permitiéndosela”.
Para ello se atiende a la comunicación con el paciente y se le hace ver mediante el diálogo estratégico que su problema reside en que ha puesto el foco en el lugar equivocado, que mientras siga usando la misma estrategia, el control, obtendrá los mismos resultados. Una vez es entendido esto se prescriben los cambios alimenticios adecuados para romper este circulo vicioso del control y al mismo tiempo bajar de peso.
“ El abstinente lleva siempre dentro de si el deseo de aquello de lo que se abstiene”. De Vries.
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