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Podemos definir las autolesiones como actos compulsivos que la persona no puede dejar de hacer. Para ello puede valerse de objetos como cuchillo o tijeras o rasgarse con las uñas o tirarse del pelo. Normalmente, si las autolesiones son cortes estas se hacen en zonas poco visibles o se intentan disimular con la ropa a no ser que él/la joven quiera deliberadamente que estas se vean.

La mayoría de las veces estos aparecen no como actos autodestructivos, sino como modalidades autopunitivas en las que se inflige un dolor físico para aliviar otro dolor de tipo emocional. El/la adolescente aprende que haciéndose daño puede aliviar aquello que le hace sufrir. Un dolor que aplaca otro dolor.

Habría que diferenciar estas autolesiones en jóvenes de aquellas que llamamos actos autolesivos mayores propios de patología como la demencia o esquizofrenia. En el caso que nos ocupa se trata de actos autolesivos menores, típicos de personas que carecen de control de la impulsividad o están afectadas por una patología compulsiva. Estos comportamientos no tienen nada que ver con los actos suicidas, cuyo objetivo es poner fin a la vida y no torturarse. Desgraciadamente, es frecuente en la literatura establecer un equivalencia errónea entre intento de suicidio y compulsión autolesiva. Sin embargo, la aclaración nos la proporciona justamente la habitual evolución del trastorno que, si se intensifica en su frecuencia, se transforma gradualmente de dolor en placer sutil. En este punto, el hecho de autolesionarse, además de ser un acto compensatorio de otro dolor o una punición, es una búsqueda compulsiva de sensaciones fuertes.